27.
En el tercer día de su convalecencia, Ace insistió en levantarse de la cama. Justo después de que Caitlin les hubiera dado el desayuno a él y a sus hermanos, tomó su rifle del estante situado encima de la repisa de la chimenea y la informó que iría a montar hasta el vallado con David y Esa el resto de la mañana.
—Estoy tan dolorido que no me puedo mover si no me obligo.
—¡Pero tus costillas! ¿Qué pasa si te caes del caballo o algo? Podrías terminar con un pulmón perforado.
Ace la tomó por los hombros.
—Cariño. No me he caído de Shakespeare desde que lo domé. En cuanto a mis costillas, creo que están sólo magulladas.
Levantando la mirada a su cara morena, que le había llegado a ser tan increíblemente querida, Caitlin no podía librarse de la sensación de que algo terrible le podría suceder si salía de la casa. Trató de decirse a sí misma que era sólo porque lo amaba mucho. Después de todo, ¿qué haría si lo perdía? ¿Cómo podría seguir viviendo si algún día se marchaba y nunca regresaba? No podría volver a su existencia anterior. No ahora. No cuando sabía de primera mano lo increíblemente maravillosa que podría ser la vida.
Tonterías. Ace era un hombre alto, robusto y bien musculado, sano, hábil con las armas e inteligente. No era probable que sufriera un accidente fatal mientras iba de paseo a las cercas. Y, sin embargo… Mirando a su hermoso rostro, todavía tan magullado por los golpes que había recibido de Patrick, no podía ignorar el hecho de que no era invencible. Podría ser herido, igual que cualquier otro hombre, y dejarla viuda.
Viuda. La palabra llenó de terror a Caitlin. Ahora que había descubierto el amor, estaba muerta de miedo de perderlo. Se sentía tan bien conciliando el sueño por la noche en sus fuertes brazos. Sintiéndose querida y segura. Saber que mañana sería otro día maravilloso, lleno de risas, de cercanía y de compartir. La sensación que Ace le había dado era algo que nunca había tenido, un regalo dulce y hermoso. Ahora que lo había probado, no pudo evitar tener miedo al destino, que podría arrebatárselo.
Destino. No había sido particularmente amable con Caitlin hasta el momento. Quizá, razonó en un intento de sentirse mejor, era su turno para ser feliz. Tal vez en el gigantesco esquema de las cosas, la gente tenía que sufrir un cierto grado de angustia antes de encontrar la verdadera felicidad. Si era así, entonces ella ya había tenido su parte de dolor. Tal vez ahora sólo iba a tener cosas buenas en su camino. Ya era hora de dejar que el pasado empañara su presente y su futuro, era el momento de concentrarse en ser el tipo de esposa que Ace merecía. Esta era su casa ahora, no un lugar en el que estaba simplemente de visita. Esto le hizo ver que todo funcionaba sin problemas.
Con ese pensamiento positivo, intentó sacarse de su mente la sensación de fatalidad inminente y se concentró, en cambio, en limpiar la casa y preparar el almuerzo, una enorme olla de frijoles. Poco antes del mediodía, puso un molde de pan de maíz en el horno para cocerlo.
En el momento que Ace y sus hermanos llegaron de hacer sus tareas de la mañana, la casa se llenaba con los deliciosos olores de comida caliente, lista para ser servida.
—Vaya, Caitlin, ¡esto está muy bueno! —murmuró Esa con la boca llena de pan de maíz.
—Muchas gracias, Esa. Me alegro de que te guste. Pero, por favor, no hables con la boca llena —lo amonestó Caitlin. A David, le dijo—. Pon los codos fuera de la mesa, David. No es correcto.
Cada uno de los hombres de la mesa, incluyendo Ace, dejó de masticar para mirarla. Sus expresiones iban desde la sorpresa al descontento.
—¿Bueno…? —Caitlin les dedicó toda una sonrisa—. Cuando tu madre venga, ¿quieres que piense que no tengo conocimiento de la etiqueta y modales en la mesa?
—Vamos a ocuparnos de nuestros modales cuando nuestra madre venga —dijo Esa—. Hasta entonces, ¿por qué no podemos simplemente ser nosotros mismos?
—Por qué os he pedido que sea de otra manera —Sostuvo la mirada de cada hombre—. Cuando os sentéis en mi mesa, seréis unos caballeros, o no comeréis. Nueva cocinera, nuevas reglas.
La boca de Ace se curvó. Inclinó la cabeza para comerse otra cucharada de frijoles. Caitlin arqueó una ceja.
—El techo no debe ver tu nuca, Sr. Keegan. Con concentración y una cierta cantidad de coordinación, es posible llevar una cucharada de comida a la boca sin poner el rostro casi en el cuenco.
Los anchos hombros que se enderezan. Unos ojos marrones se encontraron con los suyos. Después de un largo momento, lleno de tensión, dijo,
—Sí, señora.
Durante el resto de la comida, los modales de todos fueron ejemplares. Cuando terminaron de comer, los hombres ayudaron a Caitlin a limpiar la cocina. Cuando el último plato se secó y se guardó en el armario, Ace dijo,
—¿Qué tal un paseo por el arroyo?
Caitlin se quitó el delantal y lo colgó en un gancho que Joseph había atornillado en la pared, cerca de la puerta de atrás. La alegre luz del sol, que bailaba a través de la ventana, sobre el fregadero, le hacía tentadoras señas.
Salir a caminar con su marido sonaba celestial.
—Prometiste que descansarías esta tarde — le recordó.
Aunque la mayor parte de la hinchazón se había ido, Ace todavía lucía un bonito ojo negro. Él le hizo un guiño burlón.
—¿Qué te pasa? ¿Soy demasiado feo para ir a caminar conmigo, o qué?
¿Feo? Con su piel oscura, los moretones en su rostro se notaban, pero no demasiado. El suyo era el tipo de rostro que podía lucir moretones y todavía se la arreglaba para parecer atractivo. Caitlin pensaba que el color adicional le daba un atractivo mayor, especialmente alrededor de la boca. Las heridas, casi cicatrizadas, hacían que sus firmes labios se vieran más vulnerables y besables.
—Creo que se me podría convencer de dar un paseo contigo —le dijo alegre—, pero sólo si me prometes que te acostaras por lo menos durante dos horas cuando volvamos.
Miró desde la cocina a la mesa, donde sus hermanos se habían reunido para tomar un poco de café después de la cena. Girando la cabeza, le susurró:
—¿Sólo dos horas? Yo esperaba tres. Y tú te acostarás conmigo, ¿verdad?
Caitlin sintió que se sonrojaba.
—Tú, señor, eres imposible.
—Sí, bueno, no puedo tener suficiente de ti. Si eso me hace imposible, supongo que sí. Con mucho gusto voy a acostarme cuando volvamos, Sra. Keegan pero sólo si tú estás de acuerdo en dormir conmigo —Movió las cejas, claramente tratando de parecer lascivo—. Y quiero decirlo, en el sentido bíblico.
Al final resultó que no esperaron a hacer el amor en la intimidad de su dormitorio. Ace encontró un lugar con césped junto al arroyo, que estaba protegido de la vista por un bosquecillo espeso y rápidamente comenzó a desabrochar los botones de Caitlin.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con un gritito por los nervios—. No podemos hacer nada aquí. ¡Es pleno día! ¿Qué pasa si uno de tus jornaleros pasa por aquí? ¿O uno de tus hermanos? ¿Estás mal de la cabeza?
—Estoy loco como una cabra. ¿Pero eso me va a detener? Claro que no —Le abrió la blusa, dejando al descubierto sus pechos a la luz del sol—. Dios mío, eres hermosa.
Caitlin se estremeció ante el roce de los pulgares sobre sus pezones fruncidos.
—¿Frio, cariño?
—No, es sólo… —Sus pestañas cayeron lentamente hacia abajo. Cuando la tocaba así, se olvidaba de todo, por las sensaciones que le producía—. Es indecente, hacer cosas como esta, fuera, delante de Dios y de todo el mundo.
—Dios, tal vez. No hay nadie más alrededor. ¿En cuanto a indecente? —Aun jugando con sus senos, reclamó su boca en un beso largo, lento que envió corrientes de clara excitación a sus pies—. Hacer el amor es un rito sagrado entre un hombre y una mujer. No hay nada indecente en tocarte, cariño. Cuando nuestra carne se une, es algo sagrado. Un regalo precioso de Dios, que Él querría que disfrutemos. ¿No lo sientes tú?
Caitlin lo sentía, correcto. Una dulzura increíble. Arqueó la espalda sobre su brazo para dar espacio a sus labios mientras bajaban por la garganta a sus pechos. Con un movimiento de su lengua sobre su pezón, quitó las persistentes preocupaciones sobre el decoro de su mente. En cuestión de segundos, estaba gimiendo. Minutos después, la había despojado de toda su ropa. Allí, en el césped, con la luz del sol calentando su piel, hicieron el amor apasionadamente, seguido más tarde por una unión más lánguida.
—Es sagrado —le susurró, después de ponerse su ropa de nuevo—. Nada que se sienta tan maravillosamente bien podría estar equivocado.
Mientras caminaban tomados del brazo de vuelta a la casa, sus pensamientos se dirigieron hacia el futuro. Ella miró hacia las interminables extensiones de tierra del rancho, imaginando a sus hijos retozando bajo el sol, y sus voces resonando por la risa.
—Oh, Ace, quiero bebés —dijo con un suspiro.
Con su brazo libre tiró de ella agarrándola por la cintura para abrazarla.
—Estoy trabajando en ello. Siempre he escuchado que la práctica hace al maestro. ¿Qué te parece?
Ella le sonrió descarada.
—Creo que te llevaré de nuevo a casa. Prometiste que te tumbarías durante dos horas esta tarde.
—Sólo si te unes a mí.
Se escapó del agarre de sus manos y se levantó las faldas para ir delante de él.
—¿Por qué crees que estoy tan ansiosa por llegar?
Caitlin y Ace fueron perturbados de su "siesta" por un fuerte golpe en la puerta. Caitlin se sumergió bajo las sábanas. Su marido tiró la sábana sobre sus hombros desnudos y se dejó caer sobre su espalda a su lado, fingiendo bostezar ruidosamente.
—¿Si? —dijo—. ¿Qué quieres?
Ahogando una risita, se acurrucó contra la almohada. Un segundo más tarde Joseph asomó la cabeza en el dormitorio. Su mirada fue de Caitlin a Ace, con expresión de conocimiento.
—Siento molestarte, hermano mayor, pero tienes que salir corriendo. Viene compañía, y me parecen que son problemas a caballo.
—¿Quién? —preguntó Ace, fingiendo aún somnolencia.
—El Marshall Beiler. Tiene unos veinte hombres con él, todos ellos llevando rifles.
Toda diversión desapareció. Ace se sentó de golpe.
—Mierda.
En el instante en que Joseph cerró la puerta, Ace saltó de la cama, con Caitlin pisándole los talones. Mientras se lanzaban hacia la ropa, ella dijo,
—¿Qué crees que quiere?
Él le lanzó una mirada contrariada.
—Sólo Dios sabe.
Caitlin se puso los zapatos, renunciando a las medias por primera vez en su vida. Recordando sus miedos de la mañana, su garganta se tensó.
—Crees que Dublín presentó cargos en tu contra por asalto, ¿verdad? Esto parece algo que él haría.
Ace negó con la cabeza.
—Él dio el primer golpe, y hubo testigos del hecho. Incluso si presentara cargos, no podría hacerme pagar.
Para cuando terminaron de vestirse , salieron del dormitorio, Joseph ya estaba en el porche hablando con Beiler, que había desmontado y estaba situado en la parte inferior de la escalera, acunando un rifle preparado en sus brazos. David y Esa, que evidentemente habían estado haciendo algo en el establo, estaban de pie a un lado en el extremo derecho del porche.
Al mirar por la ventana a Beiler y su cohorte, Caitlin trató de colocarse, nerviosamente, el pelo alborotado. Largos mechones habían escapado de su moño.
—Oh, Ace —dijo con preocupación—. ¿Qué diablos crees que quiere?
—No te preocupes por tu cabello —le dijo mientras se inclinaba para atar la funda de la pistola—. Te vas a quedar aquí. No me gusta el aspecto de todos esos rifles.
Caitlin miró por la ventana. Tuvo que admitir, que tampoco le gustaba su aspecto. En un rápido recuento, Beiler estaba acompañado por una quincena de hombres armados.
Caitlin conocía a la mayor parte de los hombres de toda la vida. Algunos asistían a la iglesia de la comunidad. Todos eran ganaderos y hombres de familia. Pero esta tarde, sus rostros parecían extrañamente desconocidos… duros y decididos, su mirada brillando llena de ira y resentimiento. Algo los había sacado a todos de quicio. Sólo podía preguntarse qué.
—Oh, Ace, tengo miedo. ¿Por qué vienen aquí con rifles? Algo está mal.
Se inclinó para besar su frente de forma rápida.
—Quédate aquí, ¿de acuerdo? Sea lo que sea de lo que tienen ganas, estoy seguro de que no tiene nada que ver contigo.
Caitlin agarró su camisa para que no pudiera dársela vuelta.
—¿Nada que ver conmigo? Cualquier cosa que te implica es mi problema también.
—De acuerdo, te concierne. Pero preocúpate desde aquí.
—¡Han venido a por ti! ¡Lo sé! Algo que ver con Dublín, probablemente, y ¡van a llevarte! Tienes que salir de aquí. La puerta de atrás. Ve por la puerta de atrás.
Él la agarró firmemente por las muñecas. Caitlin sabía que quería hacer palanca para quitar las manos de su camisa, así que se aferró más obstinadamente.
—Caitlin, no seas tonta. Yo no he hecho nada.
—¡Tampoco lo hizo Joseph Paxton!
Las palabras quedaron flotando entre ellos, un silencioso testimonio al hecho de que Caitlin le había dado la espalda a todo en lo que alguna vez había creído. Ya no pensaba que Paxton había asesinado a Camlin Beckett, como lo habían acusado, ni que había merecido ser colgado esa fatídica noche, hace tanto tiempo. Ella sabía más ahora. Después de conocer y amar a Ace Keegan, ¿cómo no iba a hacerlo?
—Cariño, un hombre no puede huir cada vez que hay problemas —Suavemente, Ace liberó las manos de su camisa, con su mirada sosteniendo la suya—. Sólo tenemos que confiar en Dios, ¿eh? Yo no he hecho nada malo.
—Estyn Beiler estaba allí esa noche, Ace —Caitlin escuchó la histeria en su voz, pero por su vida, no podía controlarlo—. ¡Estaba de pie mientras mi padre apaleaba y pateaba a un niño! ¿Qué clase de hombre podría hacer eso? Él quiere hacerte daño. Lo sé. Puedo verlo en su cara. Te odia por decir la verdad, por revelar el papel que desempeñó en la historia. ¿No lo entiendes? Has manchado su reputación. Le hiciste quedar mal. La única forma en la que puede recuperar completamente su posición en la comunidad es desacreditándote.
Él se alejó de ella.
—Sea como fuere, no puedo huir. No está en mí, Caitlin. Tienes que entenderlo.
Lo que ella entendía era que esos hombres habían ido allí a hacerle daño. No tenía que salir ahí y escuchar lo que tenían que decir para saberlo.
—Tu estúpido orgullo no te protegerá. No de un hombre como Beiler.
—Llámalo locura si quieres, pero sin su orgullo, ¿qué tiene un hombre?
Abrió la puerta. Para Caitlin, el chirrido de las bisagras era un sonido ominoso, un preludio del desastre. Estaba temblando. Sacudiéndose horriblemente. No con miedo por ella, sino miedo por él. Lanzó una última mirada antes de abrir la puerta del todo.
—Si algo sucede —dijo en voz baja—, te quedas con Joseph. ¿Me entiendes, Caitlin? Él se ocupará de ti.
La mirada de ella se aferró a él. Lo sabía. Podía verlo en sus ojos. Lo sentía, que algo terrible iba a suceder, que los hombres de fuera ahí habían venido a llevárselo.
—Ace… te quiero.
Él sonrió ligeramente. Esa maravillosa, sonrisa torcida.
—Sé que lo haces. Prométemelo. Que te quedaras con Joseph. Sé que él va a cuidar bien de ti.
Esto era una locura. Caitlin quería agarrarlo del brazo y arrástralo dentro. Echaría el cerrojo a la puerta. Haría que le escuchara. Lo convencería para huir. Pero si hacía eso, él no sería el hombre que amaba. No había nada de cobarde en él. No podía salir corriendo, como no podía dejar de respirar.
—Te lo prometo —susurró.
Él asintió ligeramente.
—Mis hermanos… son tu familia ahora. No te olvides de eso.
—No lo haré.
Entonces se volvió. Enderezó los hombros. Dio una profunda respiración. Caitlin se dio cuenta en ese momento de que estaba tan asustado como ella. Cuando abrió la puerta y salió al porche, ella tenía la mente llena de gritos silenciosos de protesta que no podía expresar, sin voz, porque ser su mujer le exigía ser tan fuerte como él.
Cuando la puerta se cerró, fue a ponerse al lado de la ventana para poder ver y escuchar lo que Beiler tenía que decir. Ace se movió para estar al lado de Joseph. No había nada en su postura que indicara que estaba preocupado por esa visita inesperada, o que se sentía amenazado por la presencia de tantos hombres armados.
—Marshall —dijo, con un tono bajo de voz, y cierto tono de extrañeza—. ¿Qué le trae tan lejos?
El rostro de Beiler se torció en una mueca de desprecio.
—¿Qué me trae aquí? Como si no lo supieras —Estudió el rostro de Ace durante un momento—. Patrick O'Shannessy estuvo en la ciudad ayer por la mañana. Le contó a cualquiera que quisiera escuchar, que tú y él tuvieron un infierno de pelea la mañana anterior y que venció a todas luces. A juzgar por esos moretones, tengo que decir que estaba diciendo la verdad.
Ace inclinó la oscura cabeza.
—Eso es correcto. Tuvimos una especie de enfrentamiento.
—Y tú tuviste el peor final.
De nuevo Ace asintió. Caitlin se sentía muy orgullosa de él. La mayoría de los hombres se habrían apresurado a explicar por qué ellos habían recibido la peor parte. Ace simplemente lo dejó correr. Él sabía la verdad; evidentemente eso era suficiente para él.
—¿Dónde estuvo esta mañana? —preguntó Beiler.
Ace frotó ligeramente su nariz hinchada.
—Salí a cabalgar por la línea del cercado con mis hermanos.
—¿Estuvo usted con ellos todo el tiempo?
Ace titubeó antes de responder:
—No, no todo el tiempo. ¿Por qué lo pregunta?
El corazón de Caitlin empezó a latir con fuerza.
—El tiempo que no estuvo con sus hermanos…. —Beiler cambió el fusil en sus brazos—. ¿Cuánto tiempo, diría usted, que no estuvo con ellos?
—Una hora, quizá dos. No llevé la cuenta.
Los ojos de Beiler comenzaron a brillar.
—¿Así que pudo haber tenido tiempo de llegar a las tierras O'Shannessy esta mañana?
—Hubiera tenido tiempo, sí.
El Marshall sonrió.
—Me atrevería a decir que no solo pudo hacerlo, sino que lo hizo.
Ace comenzó a hablar, pero Beiler lo interrumpió.
—No tiene sentido mentir sobre ello. Cruise Dublin te vio cabalgar saliendo de las tierras de O'Shannessy. Tú estuviste allí.
—No tengo intención de mentir. Fui a ver a Patrick esta mañana. ¿Y qué? Por el bien de mi esposa, yo esperaba que pudiéramos resolver nuestras diferencias. Dio la casualidad de que él no estaba allí, así que me fui.
—Es un poco difícil hablar con un hombre cuando le han disparado en la espalda, ¿no es así?
Caitlin se sentía como si sus piernas se hubieran convertido en agua. Patrick. Clavó las uñas en el alféizar de la ventana. Oh, Dios mío…
—¿Herido de bala en la espalda? —repitió Ace lentamente—. ¿Patrick O'Shannessy?
—No se moleste en hacerse el inocente conmigo —dijo Beiler con un bufido—. Hay mala sangre entre usted y O'Shannessy. Desde el momento que usted llegó aquí. Todo el mundo lo sabe.
Ace emitió una risa baja e incrédula.
—¿Me estás acusando de disparar a mi cuñado por la espalda?
Caitlin dio un grito bajo de agonía. No podía evitarlo. Su hermano. Su hermano pequeño. A pesar de todo lo que había hecho, todavía lo quería. Oh, Dios, ¿estaba muerto? ¿Era eso lo Beiler estaba diciendo? ¿Que su hermano había sido asesinado?
Ace oyó su grito y se volvió hacia la casa. Beiler gritó, deteniéndolo.
—Oh, no, no. Quédese donde está. Es usted, un hijo de puta que dispara por la espalda.
—Mi esposa está ahí. Ella me necesita en estos momentos. Patrick es su hermano, en caso de que lo haya olvidado. ¡Esa fue una manera infernal de dar una noticia tan terrible!
No había duda de la furia fría en la voz de Ace o el veneno en la expresión de Beiler.
—Ella le dio la espalda a su hermano cuando se convirtió en su esposa —dijo el Marshall—. Dudo que le importe.
Ace se quedó de pie en el porche, claramente preocupado de moverse y todavía anhelando entrar para estar con ella. Caitlin miró fijamente a través del cristal, conteniendo la respiración para no llorar, por miedo de que si hacía otro sonido, el correría el riesgo de recibir un disparo por llegar a ella.
—Quiero ver tu rifle —dijo Beiler—. ¿Dónde está?
Ace señaló con el pulgar por encima del hombro hacia la casa.
—Colgado de la chimenea.
Beiler miró a Joseph.
—Vaya a por él, señor. Y ninguna tontería. Mis agentes han sido instruidos para disparar primero y preguntar después.
Joseph apretó los labios mientras se volvía hacia la puerta.
—Marshall como usted siempre disparan primero y preguntan después, Beiler. Eso mantiene sus cárceles vacías.
Cuando entró, Joseph se detuvo para mirar profundamente a los ojos de Caitlin.
—Siento mucho lo de tu hermano, hermanita.
¿Hermanita? La palabra parecía habérsele escapado sin pensar. También podía decir por el dolor en sus ojos, que verdaderamente se sentía muy mal por lo que le había sucedido a Patrick. Que él tuviese un pensamiento para eso, o por sus sentimientos, cuando su propio hermano estaba siendo acusado de cometerla fechoría, dijo a Caitlin más que un centenar de bonitos discursos. Ella no podía hablar, por las lágrimas contenidas en la garganta, por lo que se limitó a asentir.
Joseph se acercó a la chimenea para recuperar el rifle Henry[8] de Ace del estante. Cuando se volvió de nuevo hacia ella, una vez más se encontró con su mirada.
—Ace no es un ángel. Yo no afirmo que lo sea. Pero hay una cosa que nunca haría y es disparar a un hombre cuando está de espaldas. No importa lo que Beiler diga, espero que recuerdes eso.
Una vez más, Caitlin sólo pudo asentir. Sabía que Joseph la estaba advirtiendo. Si dejaba que su fe en Ace se sacudiera por segunda vez, si le daba la espalda de nuevo, podría hacer un daño irreparable a su matrimonio.
Levantando el rifle en sus manos, Joseph se dirigió de nuevo a la puerta, los tacones de sus botas polvorientas marcando una ligera huella a cada paso, en el suelo barnizado. En la puerta, se detuvo un segundo, la miró y le guiñó un ojo. Caitlin sabía que estaba tratando de decirle que no tuviera miedo, que de una manera u otra, superarían esto.
Beiler subió la escalera para tomar el fusil cuando Joseph salió de la casa. Tomando el Henry de su mano, el Marshall lo agarró, oliendo lentamente en el disparador del arma, con la mirada fija en Ace.
—Esta arma ha sido disparada recientemente.
Caitlin vio tensarse la espalda de Ace.
—Cierto. Cuando iba camino de las cercas esta mañana, vi un coyote que iba pisándome los talones. Disparé. No hay ninguna ley en contra de eso, ¿verdad?
La sonrisa de Beiler decía mucho cuando pasó el rifle a Joseph.
—Está bajo arresto, Keegan. Por el asesinato de Patrick O'Shannessy.
Uno de los jinetes de Beiler se enderezó en la silla.
—Él no está muerto todavía, Marshall. El cargo es sólo de intento de asesinato hasta que muera, ¿no es así?
Ante esa noticia, Ace dio un paso hacia Beiler, su postura era amenazante.
—¡Hijo de puta sin corazón! ¿Él no está muerto? ¿Cómo te atreves a decir que lo está? ¿No tienes ninguna consideración por los sentimientos de mi esposa?
Beiler esbozó una fría sonrisa.
—¿Está enojado porque piensa que tal vez la estoy preocupando sin motivo? ¿O porque Patrick no ha muerto todavía y podría ser capaz de identificar a su asesino antes de morir?
Las manos de Ace se convirtieron en puños. Caitlin sabía que si no hubiera sido por todos los fusiles apuntándole, le habría hecho tragarse la pregunta a Beiler.
—Ojalá pueda identificar al tirador, porque seguro que no fui yo.
—Vamos a dejar que le cante esa canción a un juez —Beiler sacudió un par de esposas de su cinturón—. Va a la cárcel, Sr. Keegan.
—Oh, no, no lo hará —dijo Joseph en voz baja, con la mano curvándose sobre su arma.
Al final del porche, David y Esa asumieron posiciones de tiro también. Joseph inclinó la cabeza ante Beiler.
—La última vez que tuviste en tus manos a uno de los nuestros, se le colgó sin un juicio justo. No voy a dejar que te lleves a mi hermano, de ninguna manera.
—Joseph —dijo Ace en voz baja—, manteneros al margen de esto.
—¡No, maldita sea! No voy a cruzarme de brazos y dejar que la historia se repita. ¡Usted es un gusano, Beiler! El más miserable de los gusanos.
Quince cañones de fusil se volvieron hacia Joseph. Él se paró los pies, con la mano de disparar todavía curvándose sobre su pistolera.
—Adelante, hijo de puta. Dales la señal para disparar. Moriré, pero seguro como la mierda que me llevo tu desgraciado culo conmigo. No me pueden matar lo suficientemente rápido como para que no pueda hacer al menos dos disparos. Y voy a ponerlos dos justo entre tus ojos.
Beiler comenzó a mostrar su cobardía. Su rostro palideció y sus ojos comenzaron a moverse de un lado a otro, como si estuviera buscando una vía de escape. No había ninguna. Después de un momento, dijo:
—Si saca la pistola, caballeros, disparen a la muchacha.
Todos los rifles cambiaron objetivo. Caitlin se encontró mirando el cañón de los quince fusiles.
—Miserable hijo de puta —dijo Ace ácidamente.
Beiler alzó los puños. Ace se quedó allí durante un segundo, luego bajó las escaleras, con las muñecas juntas. Beiler lo esposó, luego lo empujó hacia el patio.
—¡Hamilton, Petrie , Hobbs! Esposad a los hermanos. ¡Nos los llevaremos también!
—¿Bajo qué cargos? —gritó Joseph.
—¡Interferir en la acción de un oficial de la ley! Así no tendré ningún problema con vosotros muchachos por esto. Con vuestros culos enfriándose en la cárcel, ya no tendré que preocuparme por nada, ¿verdad?
Caitlin no podía creer lo que oía. ¿Beiler tenía la intención de arrestarlos a todos? Olvidando su promesa a Ace, salió corriendo al porche.
—¡No, Marshall Beiler, por favor! ¡Ellos no hicieron nada!
Tres de los hombres de Beiler desmontaron y se acercaron a los hermanos de Ace. Cuando Hamilton se acercó al porche, Joseph miró a los rifles, y luego a Caitlin. Al final, le tendió las manos, dejándose esposar. David y Esa siguieron el ejemplo. En el momento en que los tres Paxtons tuvieron las manos atadas en forma segura, Beiler les indicó que los desarmarán. El gordo Marshall retiró el arma de Ace de su funda el mismo.
—Ahora chicos, no parecen tan temibles sin sus armas, ¿verdad?
—¡No puede hacer esto! —gritó Caitlin—. ¡Usted no puede detener a las personas cuando no han hecho nada malo! Soy una testigo. Ellos no hicieron nada. ¡Absolutamente nada!
Ace habló.
—Por lo menos deje a uno de los chicos aquí, Beiler. Ninguna mujer debe quedarse sola en un rancho tan lejos de la ciudad. Han disparado a su hermano, por el amor de Cristo. ¡Necesita que alguien que se quede con ella!
—Ella hizo su cama —Beiler dio un fuerte empujón a Ace, haciéndole casi perder el equilibrio—. Monte detrás de Morgan. Y cierre la boca. Cuando quiera escuchar algo, se lo haré saber.
Morgan acercó su caballo y se inclinó hacia un lado en la silla para agarrar la corta cadena entre las muñecas de Ace. Sacando el pie del estribo, el ranchero dio al prisionero sólo el tiempo suficiente para conseguir un punto de apoyo antes de tirar hacia arriba. Ace se estremeció ante el duro tratamiento, pero se las arregló para hacer pivotar una pierna y montar en el caballo, detrás del hombre más bajo. Su oscura mirada buscó Caitlin.
—Sé que esto pinta mal, pero yo no le disparé —dijo—. Lo juro, Caitlin. Tienes que creer eso. Fui allí esta mañana para tratar de hablar con Patrick. Eso es todo. Cuando no lo encontré, monté de nuevo, fin de la historia.
Confiar. En el pasado, había sido un bien escaso en el corazón de Caitlin. ¿Pero ahora? Miró profundamente a los ojos de Ace. No había sombras en ellos. No furtiva. Sólo una sincera súplica para que tratara de creer en él.
A través de las lágrimas, que le causaban ceguera, Caitlin se las arregló para sonreírle temblorosa.
—No se van a salir con la suya, Ace. No sé quién le disparó a Patrick, pero aunque sea la última cosa que haga, lo voy a averiguar.
Beiler le lanzó una mirada llena de odio mientras montaba su bayo castrado. Joseph, David y Esa fueron izados a los caballos, detrás de otros tres hombres.
—En primer lugar, será mejor que vayas a la ciudad para ver ese hermano tuyo. Está herido de muerte. A menos que me equivoque, no vivirá para ver otro amanecer. Está con Doc.
El Marshall indicó a sus hombres que montaran. Caitlin estaba en el porche, las lágrimas corrían por sus mejillas. Destino. De alguna manera, había sentido su llegada. Ahora había llegado. EL polvo ondulaba alrededor de caballos y jinetes, convirtiéndose en pequeñas motas en la pradera que se extendía interminablemente más allá del patio. Nunca se había sentido tan sola. Su marido se había ido, sus hermanos se habían ido. Patrick estaba cerca de la muerte. El miedo la atravesó. Un miedo horrible que helaba los huesos.
Oh, Dios…Miró implorante al cielo. No sabía qué hacer. ¿Su hermano herido por la espalda? ¿Quién haría algo así? ¿Y por qué? Las preguntas giraban vertiginosamente en su mente. No tenía respuestas. ¡Y sin ellas, perdería a su marido! Beiler colgaría a Ace, sin ni siquiera pestañear. Caitlin lo sabía. Del mismo modo que había tomado parte en el ahorcamiento de Joseph Paxton, hace veinte años. Tenía que hacer algo. ¿Sólo qué?
Caitlin enderezó los hombros. Una cosa era segura. No lograría nada aquí. Su hermano estaba cerca de la muerte, en la ciudad. Tenía que ir a verlo. Mientras estuviera allí, haría un balance de la situación. Posiblemente pensara en alguna manera de ayudar a su esposo.
No podía dejarlo morir al final de una cuerda.
Le había costado veintidós años, pero finalmente Dios le había enviado un héroe. No estaba dispuesta a perderlo. No si podía evitarlo.